martes, abril 25, 2006

Teoría sobre las moscas

A lo largo de los últimos años he venido desarrollando una teoría sobre estos insectos tan aborrecidos por el público en general. Esta teoría se fue conformando mediante el conocido método científico en una versión más bien personal.
Resulta ser que existe cierto momento del día, preferentemente entre las 2 y las 5 de la mañana, en que las moscas se quedan absolutamente quietas. Inmutables. Ajenas a todo y a todos. A tal punto que uno puede quitarles la vida a través del sencillo acto de acercar lentamente el dedo en dirección perpendicular a la del plano imaginario que se establezca a partir de la superficie en que la mosca se encuentre adherida, sin detenerse al encontrarse con el cuerpo del insecto (siempre y cuando la superficie en cuestión ofrezca la debida resistencia).
Si nos encontramos en un modo más benévolo de experimentación y decidimos que asesinarlas es demasiado terrible, y entonces las tocamos con suficiente énfasis (y determinado “swing”), las moscas emprenderán un vuelo imperantemente sinuoso y “poco cuerdo”, por así decirlo. Se las notará en un estado comparable a la embriaguez, como si no tuvieran mucha idea del lugar en que se desarrolla su aleteo o el contexto amenazante que las rodea en ese instante. Y cuando detengan su vuelo se volverán (en la mayoría de los casos) a su estado de entregada quietud.
Esto me deja poco más que claro que mi teoría tiene una gran probabilidad de ser cierta: Las moscas duermen (quizás para muchos era obvio, para mí es un descubrimiento asombroso). Sin embargo, hace unos días, conversando con amigos y contando más o menos lo mismo que digo en estas líneas, alguien dijo algo determinante: “quizás se quedaron tildadas pensando en algo”. ¡Por supuesto! ¡Es algo totalmente factible! Instantáneamente surgió en mí una reformulación de la tesis: Algunas moscas duermen. Otras están enamoradas.

sábado, abril 15, 2006

Cuando quiso ser invierno

Una noche de primavera o de verano, o simplemente secuestrada de alguna estación cálida, me cruzó con su mirada. Una playa no tan lejana prometía un mar sin luna pero poco importaba porque había visto una estrella fugaz.
Ahora que ya no es esa noche y que el otoño invade un poco de su vida, queriendo hacerse invierno, siento su frío y me da miedo. Pero después, queriendo ser verano y recordando un poco de su calor, no puedo evitar entenderla (o querer hacerlo).
Está bien. Quizás hoy llueva. Llueve. Y no es de esas lluvias que le hacen feliz sino de las otras, que duelen las gotas al caer al corazón. Que duelen las gotas al salir de él.
Ojalá fuera el curandero de su tribu y bailara para hacer que la cosecha sea fructífera, que la lluvia llueva contenta, que su estación cambie otra vez.
En fin poco puedo hacer, menos aún si se le olvida que me importa. Menos aún si no era tan así como pensaba o no fui lo que pensé que era. Pero igual. La quiero en todas sus estaciones, y si necesita un paraguas,
tengo.

jueves, abril 06, 2006

¿Por qué?

Esa noche salí. Salimos con unos amigos a tomar algo, como hacemos siempre. Y todo se desarrolló como siempre: una cerveza, una conversación amena, una noche hermosa. Las chicas andaban por ahí con todo su fulgor a flor de piel, sonriendo para todos lados y nosotros como atontados de tanto encanto. Y sin darme cuenta la vi sentada no tan lejos y me di cuenta de que era ella. No fue amor a primera vista, fue la sensación unívoca de que había nacido para estar ese día en ese lugar y en ese momento, y ahora tenía que hacer algo. No lo comenté con los muchachos, simplemente me levanté, y me dirigí a su mesa. No sé por qué estaba sola, quizás esperaba a alguien, ojalá una amiga, pero poco importaba ya. Me senté al frente, la miré y me miró. Extrañamente no preguntó nada, simplemente sonrió (yo a la sonrisa la tenía desde que la había visto, como un tatuaje hecho con fuego). Entonces algo hablamos y no se cómo en realidad, se terminó acercando a mí… y algo nos dijimos ahí de más de cerca, y nos reímos otra vez, y entonces nos acercamos un poco más, y nuestros labios empezaron a tocarse, empezaron a quererse rumbo a un beso inolvidable. Fue entonces que me pregunté: ¿Por qué? ¡Por todos los cielos, por Thor, por Odin, por favor*! ¿Por qué a alguien se le ocurriría ponerse a limpiar la parrilla un sábado a las 9 de la mañana? La parrilla donde hicimos asado no hace tanto. La parrilla grasienta que ahora se convertía en pesadilla, en cruenta guillotina.
La otra noche conocí a la mujer de mis sueños, estoy seguro. Lástima que después me desperté.
* “Por Thor, por Odin, por favor!” una frase que me quedó grabada de una de las historietas Astérix.