lunes, abril 02, 2007

Si todas fueran como ella

Antes de ayer por la noche estuve en un casamiento. El primer casamiento al que asisto desde que tengo memoria. Se trataba de una feliz pareja recién empezando sus treintis. Fui a tocar con una banda de música brasilera a modo de tecladista y un poquito de cantante.
Largamos después de comer, mientras la gente terminaba sus postres. Y (según me enteré más tarde) fue ahí mientras cantaba que me vió. La verdad es que no me percaté de su mirada aguda haciendo incapié en mi persona. Estaba quizás muy compenetrado con el momento o mirando para otro lado, o no sé. La cuestión es que no la había visto. La gente se fue inmiscuyendo con la música y con el impetuoso ingreso de los novios a la pista de baile más de uno tomó coraje y empezó a bailar. Terminamos nuestro repertorio airosos y después de la clásica batucada le hicimos seña a los sonidistas para que empiece la música de baile y guardamos los intrumentos.
Por supuesto, después de que estuvo todo guardado, volvimos a la pista y nos mezclamos en el festejo. Fue entonces, de repente, que la vi venir directamente hacia mí. Con una decisión pocas veces vista en el caminar de una persona, se me acercó y me miró a los ojos. Me ofreció sus manos con una ternura irrevocable, y empezamos a bailar. Hablamos bastante poco. Sonreía todo el tiempo. Yo también la verdad, no había forma de no responder a esa sonrisa.
En algún momento se fue de mis brazos (con un gesto que no entendí) pero volvió al rato. Y después se fue otra vez (tampoco entendí por qué). Ya era medio tarde y la vi acercarse de nuevo. Traía una rosa blanca que me ofreció en silencio. Me besó. La besé. Nos miramos y sonreímos. Me di cuenta de que era una despedida así que me limité simplemente a saludarla.
Se llamaba Martina, tenía alrededor de 3 añitos.