jueves, mayo 22, 2008

Perdido

Que ganas de llorar a gritos
de gritar a cántaros
de cantar a golpes

Que ganas de tirarme al viento
de volar al vacío
de vaciar el alma

Que ganas de patear el cielo
de borrar las estrellas
de estrellarme en mi pecho

Qué ganas de saberme nada
de nadar contra el tiempo
de templar mi cordura

Y poder otra vez ser agua
y poder fluir con la mirada
y poder sonreir fresco

Y atentar contra la espada
que así,
desenfundada y triste
desgarradoramente lenta
va cortándome en pedazos grises
aullándole a la luna
que me mira y no ve nada

viernes, mayo 02, 2008

Don Juan de Marco

Escuché alguna vez la historia de Don Juan de Marco. Creo que se llamaba así aquel amante irresistible por el que toda mujer quedaba en estado de atónito enamoramiento, encantamiento, seducimiento. Me encantó.
Vi alguna vez una película de Don Juan de Marco. También me encantó.
No me acuerdo exactamente cómo era, pero la sensación que me causa el recuerdo es sumamente grata. Y no por la fantasía predilecta que puede causar. No por la personificación del ser amante sin fronteras y de agregarle al porte propio un encanto irrevocable, inesquivable, unívoco. No. Sino porque me quedó la sensación de que la felicidad es alcanzable en cualquier momento. ¿Por qué? Bueno, quizás si tenga que ver con la fantasía de Don Juan.
Demos por sentado que la felicidad es una dama. Para alcanzar la felicidad sólo bastaría encontrar la manera de desarrollar el encanto para enamorarla.
"Sólo". Está bien, es un decir. No digo que sea fácil. Pero ahí está Don Juan, que enamoraba a cualquier mujer, y entonces el había aprendido un cómo fascinante. Y entonces si uno pudiera aprenderlo podríamos enamorar a la señora felicidad, que tantas veces parece darse vuelta, hacerse desear, esquivarnos la mirada. Lo que sea. Podríamos. Y en consecuencia (aunque consecuencia suena a algo malo... podríamos sustituir este comienzo con un "Y por lo tanto") seríamos felices por los fines de los fines y los principios de los principios. Y en el medio habría miles de nudos. Pero todos de su mano.
Esto acaba de ocurrírseme. Hoy el recuerdo me asaltó sin excusas, y pensando en él escribo.
También arrebató el siguiente desvarío:
Y si Don Juan fuera el tiempo? En ese caso, las miles de posibilidades de desperdiciar o aprovechar el tiempo serían sus amantes. Y él, como siempre, iría saltando de cama en cama. Amante nómade. No se quedaría nunca quieto. Pero lo asombroso es que todas las posibilidades se habrían quedado satisfechas. Ninguna esperaría más de él que lo que dure su aparición efímera. Que el embelesamiento eterno que le regaló su instante.
Y ahí está. Lo romántico de lo utópico. Lo utópico de lo romántico. Desde aquella galaxia y bajando por un tubo larguísimo hasta nuestro horizonte podemos darnos cuenta de algo: quizás nunca seamos ni siquiera sombras del amante perfecto, aunque nos interese alcanzar todas las posibilidades. Quizás no podamos entender nunca el cómo que aprendió de Marco y embelesar para siempre a la felicidad, ni ser efímeros y eternos como el tiempo. Y quizás es porque estamos del lado equivocado del pensamiento. Apuntando en la dirección utópica de la fantasía. Tal vez lo que debiera interesarnos es que algunas veces en nuestra vida, alguna aunque sea, suceda algo que nos deje embelesados. Algo que, aunque dure un parpadeo, podamos conservar en un abrazo de memoria tan pero tan profundamente que al desnudarlo mucho tiempo después, nos devuelva el sentimiento sublime. La felicidad de saber que entre todas las personas del mundo, ese hecho, esa persona, ese instante, sólo nos hechizó a nosotros.