lunes, agosto 03, 2009

Pálpitos

Resulta ser que el pulpito trataba de mantener su tentáculos en orden. La particularidad que le caracterizaba residía en que los tentáculos le nacían por montones, y eso resultaba a veces gratificante, y a veces algo ciertamente terrible.
Entre las angustias que le aquejaban la que más normalmente le recurría era aquella que tenía que ver con soltar cosas para acomodar otras. Algunos tentáculos estaban ya retorcidos por querer mantenerse aferrados a algo, ya en posiciones contorsionistas, incómodas y hasta dolorosas, y aún así soltar resultaba un pensamiento que intuía tanto dolor que el miedo lo invadía por completo. Pasaban largos días antes de que decidiera algo así.
Pero resulta ser que había otro tipo de situaciones. El pulpito no era un ser independiente en el mundo. Tenía tentáculos que nacían de él, pero que volvían a nacer de otros (no se podía discriminar el comienzo). Su problema profundo residía en cómo solucionar situaciones en la que éstos lazos empezaban a incomodarlo, a hacerle doler, a contorsionarlo. Estas angustias eran más raras que las anteriores, pero ciertamente más complicadas y sensibles. La pregunta que se hacía normalmente era: "yo... ¿soy yo y mis tentáculos se atan a otros? ¿o yo soy yo Y los otros?"
Desde el púlpito de su mente (la del pulpito), una voz grave, profunda y contundente erigía normas a las cuales atenerse, y decía cosas tales como: "Haz de crear lazos con todo aquél que necesite tu tentáculo" y "Te sacrificarás ante la necesidad del otro" y "Nunca olvides que sólo la voz del púlpito te llevará por el camino correcto".
El pulpito, sin embargo, tenía tintas de anarquista, luchaba contra las construcciones mentales que creía haber aprendido en el pasado y que denominaba "alter-algo". Nunca fue muy culto, pero cuando discutía consigo mismo, generalmente intentaba eliminar todos los alteralgos para encontrarse con su yo verdadero. Sabía que podía fácilmente elaborar teorías y discursos convincentes y lógicos que nada tuvieran que ver con sus esencias, sino más bien con sus capacidades pulpísticas.
Mareado por sus propios razonamientos, el pulpito nadó sin dirección buscando un nicho de soledad y contención al mismo tiempo. Endureció su postura respecto de las normas (determinó nunca escuchar a la voz del púlpito) y trató de abrir su mente lo más posible para que fluyan en ella pececitos que le iluminen el espacio.
Por lo pronto, tenía el fuerte pálpito de que tendría que inventar algo brillante, trabajar duro, y esperar nomás... quizás las corrientes traerían alguna (otra) sorpresa.