jueves, febrero 01, 2007

Cosas de la vida

El hombre conoció a la mujer de su vida a los 16 años más o menos. El estudiaba en un colegio militar. Ella en un colegio sólo de mujeres. No recuerdo bien cómo se conocieron, pero desde que se vieron padecieron de una sensación extraña y maravillosa, de ese esplendoroso ímpetu y de un monstruoso querer sin explicaciones. Amor a primera vista.
Pero como no podía ser de otra manera en estas historias ya sean verídicas o inciertas, los padres de la dama no aceptaban pretendientes a esa edad.
Las cartas se convirtieron en un medio de comunicación lo suficientemente expresivo como para conocerse y enamorarse más aún. Decenas de cartas. Miles de cartas. Las citas que concertaban consistían simplemente en llamarse por teléfono para saber dónde iba a ir ella con su madre. El nomás iba a observarla desde lejos, y si tenían suerte y ella también lo veía, la complicidad de un saludo a escondidas era la mayor de las aventuras y la más increíble muestra de amor y gratitud.
Un poco más tarde en esta historia, la familia de la niña decidió mudarse a otro continente, y las lágrimas rebalsaron los corazones de ambos al saber de esta noticia. El tiempo pasó, y amalgamó, y transformó. Las vidas de ambos se distanciaron y fueron predeciblemente parecidas. El se casó. Ella también. Tuvieron hijos. Amaron. Trabajaron. Y en todo ese tiempo no dejaron nunca de extrañarse. Ella le habló para cada cumpleaños durante más de 15 años. Fue entonces que por razones de negocios el tuvo que viajar a un país cercano al que habitaba la dama, y por supuesto, no pudo evitar ir a visitarla. Fue extraño: sus cuerpos habían cambiado, sus caras, sus vivencias. Sus ojos contaban muchas cosas, muy distintas. Pero aún así, la
inmensa pasión que habían engendrado tantos años antes brillaba en sus caras al mirarse. Después de esa intensa espera, y con muy pocas palabras de por medio, se amaron. Se amaron muchísimo. Y ella le ofreció su vida en una bandeja de plata, y su corazón en un cofre sin llave. Y él se sintió acorralado por la indecisión y corrió sin saber qué responder. Volvió a su esposa, y se separó. Volvió a su esposo, y lloró.
El tiempo volvió a correr y ellos se encontraron alguna otra vez, pero él nunca supo que responder ante la ofrenda que se le servía, y finalmente se dejaron de avasallar con incomprensiones y vivieron con la vida que de alguna forma habían elegido.
Ambos se recuerdan con inmenso cariño, y quizás de haber elegido estar juntos hubieran vivido una hermosísima historia de amor. Pero parece que las historias son poco interesantes si no contienen a la tristeza, y quizás por eso cada uno eligió ser menos feliz de lo que podía. ¿Al final quién sabe por qué suceden las cosas?... ¿por qué dudamos? ¿por qué elegimos mal?
En un terrible momento de incomprensión total, y de certera incertidumbre, se podría decir: "son cosas de la vida". En algún otro momento se podría simplemente aceptar: El amor es incomprensible.

6 comentarios:

D'Artagnan dijo...

Cómo está Cara! Creo ciertamente, que tiene usted mucha verdad. El inconformismo parece ser algo innato en el ser humano, sin embargo creo que es el impulso irracional, aquél instinto oriundo de los orígenes del hombre el que lo lleva a ser inconformista. Esto no es una justificación, sino más bien un intento de decir que uno puede no estar disconforme. Es claro que esto quizás no es tan genérico como lo tomo, y que dependerá de las personalidades y de las ambiciones y objetivos. Simplemente creo que es posible.
Es cierto también que siempre debemos renunciar a algo, y nunca queremos renunciar a ninguna cosa. Renunciar es dejar ir, ver marchar, perder... ¿perder? ¿"no ganar" no es lo mismo que perder no es así? pero el sabor que nos queda en la boca muchas veces es un sabor a pérdida, pero es un sabor pesimista. No considera el otro lado de la decisión. El que elegimos. En fin. Tema complejo. Dejo para el que le interese, algo que me parece estrictamente relacionado: El Ying Yang

Mery dijo...

Permiso, me meto en su conversación...

Creo que llamarlo "inconformismo" es darle una veta negativa a esta sed de más que tiene el hombre. Creo que es simplemente eso, una sed de más, unas ansias que no se llenan fácil, y que nos llevan a estar siempre en busca de aquello otro. Creo también que está bueno que así sea, porque me parece que es eso lo que nos mantiene en movimiento. Como diría Galeano, es la utopía que se va corriendo, como el horizonte, a medida que intentamos acercarnos, y que sirve para eso, para que caminemos.

Espero no molestar con la intromisión, los dejo seguir charlando...

Saludos!

D'Artagnan dijo...

Por favor! Mery no tiene por qué pedir permiso! una ávida y perspicaz lectora como usted es siempre bienvenida en cualquier conversación :).
Me gustó mucho su comentario, y es cierto que es algo bueno esa avidez de más. Pero como todo (y como claramente expresa la teoría del ying yang) puede ser negativo. Si uno es demasiado ávido de más todo el tiempo, nunca pero jamás podrá sentirse conforme con lo que tiene, conforme, contento, como sea. Es cierto que estos términos evocan distintas acepciones, pero llegado el caso creo que pueden adoptarse ambos como sugerentes al tema en cuestión. Todo extremo es malo, alguien lo dijo y yo lo creo. Es bueno siempre tener un nuevo objetivo, proponerse algo nuevo. Pero eso es distinto a siempre querer aquello que no se puede tener. No se bien cómo expresarme en este momento, no es la hora adecuada para responder un post jeje, pero igualmente :D. Gracias por comentar post que no son el último, me encanta :D.
Besos!!!

Sugus dijo...

A veces amamos más lo que imaginamos del otro que lo que realmente es. Amamos más la búsqueda de lo ideal que el encuentro con lo real.
Caramasof plantea algo interesante: siempre nos faltará algo.
Sólo que es medio cómodo eso de andar buscando por ahí alguien que nos dé lo que nos falta. Quizás sería mejor encontrarnos con alguien que nos guste con lo que tiene y con lo que le falta.
Su historia me hizo acordar la canción del Silvio Rodríguez, Oleo de una mujer con sombrero.

D'Artagnan dijo...

A veces y sobre todo al principio. El enamoramiento tiene muchísimo de idealista, y es así por defecto. Pero es algo natural, y claro! encontrarnos con alguien que nos guste con lo que tiene y con lo que le falta es justo lo que yo considero un amor ideal. El amor que acepta sus virtudes y sus defectos.

Mery dijo...

Le entiendo perfectamente, sea la hora que sea. Una cosa es querer más por querer algo mejor, y otra es nunca estar contento con lo que se tiene. Creo que la clave estaría en el equilibrio, como bien dice, los extremos nunca son buenos. Hay que aprender a ser feliz con lo que se tiene, pero sin dejar de anhelar más, después de todo creo que el deseo es lo que nos mantiene vivos...

Y ciertamente que estaría bueno saber amar a los demás con sus virtudes y defectos, amar al otro por quien es, y no por quien puede llegar a ser. Sin embargo aquí agregaría, amarlo como es, pero ayudandolo a ser quien puede llegar a ser (no quien queremos que sea, sino que me refiero a ayudar al otro a crecer, a plenificarse). En fin, espero se me entienda y no me haya ido muy por las ramas.

Siga escribiendo, que yo sigo leyendo...

Saludos!!!!