En una clase de lógica computacional, el profesor se entusiasma y empieza a hablarle a sus alumnos de programas cuasi filosóficos (e imaginarios). De las posibilidades del infinito y quién sabe de cuántas cosas más. En algún momento (entre risas), llega a la conclusión de que un programa podría generar todos los textos posibles. Sucesiones de palabras de variada longitud, algunas de las cuales (las menos) tendrían sentido, y otras de las cuales (las más), no. Pero aquellas que sí lo tuvieran serían poesías, cuentos, novelas, relatos periodísticos, bibliografías históricas. Quedarían entonces disponibles al público todas las posibilidades imaginables de texto. Incluso estaría a disposición de quien quiera el futuro de las poblaciones, las lluvias que habrá en el año, la fecha en que conocerá al amor de su vida y el nombre de tal persona. Pero claro, esto aquél no lo sabría.
En fin, la cuestión es que ya nadie podría crear algo nuevo en el ámbito literal. Los poetas se convertirían entonces en personas que seleccionen cuidadosamente, de entre tantos miles de millones de composiciones escritas, aquellas que inspiren al alma y reduzcan a palabras el enorme universo de los sentimientos.
En realidad no serían muy distintos a los poetas actuales, ahora que lo pienso.
En fin, la cuestión es que ya nadie podría crear algo nuevo en el ámbito literal. Los poetas se convertirían entonces en personas que seleccionen cuidadosamente, de entre tantos miles de millones de composiciones escritas, aquellas que inspiren al alma y reduzcan a palabras el enorme universo de los sentimientos.
En realidad no serían muy distintos a los poetas actuales, ahora que lo pienso.