domingo, marzo 26, 2006

Señales de Humo

Hay ciertos momentos en que es mejor no decir nada, porque al no saber qué decir podría terminar diciendo cualquier cosa, incluso algo en lo que realmente no creo. Pero hay otros en que la necesidad de ser notado es tal, que no me quedan opciones. Y al final es como una apuesta. Arriesgo para ser notado y ese riesgo consiste en ser aceptado o rechazado. Pero tampoco debiera ser algo tan determinístico ¿no? Quizás debiera simplemente empezar a hacer señales de humo y saltar gritando “¡yo, yo! ¡Acá estoy!” y agitar las manos para todos lados. Como si ser yo fuera estar en una isla y ser vos fuera estar en un barco.
¡Ojalá veas las señales! ¡Y ojalá no las sepas entender! porque no sé qué te estoy diciendo.

miércoles, marzo 15, 2006

El Artista

El Artista camina lento pero decidido hacia el piano. Es lo único que hay en el escenario: Un piano encerrado en un círculo de blanco papel creado por un spot perdido en la oscuridad restante. Se toma su tiempo, acomoda el banquito, se sienta y mira las teclas. Es en ese mismo instante cuando se da cuenta de que no sabe tocar. ¿Qué hace ahí? No sé, pero ya está. Ahora no puede no tocar porque ha de haber un público por ahí en las sombras. Entonces usa un dedo para presionar una tecla… después otra. Prueba con la otra mano y después con otros dedos. Y de a poco va entendiendo. Va aprendiendo que acá suena más grave, y por allá más agudo. Que más o menos así suena feo y un poco más asá suena más agradable. Gradualmente va modelando su obra, el carácter, la estética, la profundidad. Se lo ve contento cuando logra hacer lo que piensa de la manera en que quiere. Y entonces el tiempo pasa, y su forma tomó firmeza y cambió de carácter y fue triste y alegre e hilarante y solemne. Y en algún momento va llegando el final. Y él se da cuenta, y entonces lo quiere evitar, pero sin advertirlo había ya empezado a tocar la coda, y las codas son premeditaciones de los finales. Bien lo sabe. Se entristece un poco pero al fin lo deja. Acepta que llegue y entonces llega: el acorde final, el último arpegio, los últimos armónicos resonando en la caja del piano mientras sus dedos quedan en petrificada posición. El sustain prolonga el silencio del respetuoso público, y de pronto clap… clap clap clap! Y el susurro del primer aplauso se convierte en un océano de vítores y aplausos y chiflidos. El Artista se levanta con una sonrisa, se acerca al borde del escenario y (ahora que están todas las luces prendidas) puede ver que todos son conocidos. Entonces, feliz y orgulloso hace una reverencia profunda y respetuosa, y con una mirada sonriente saluda y se va. Y el público aplaude de pie, conmovido, y llora. Llora de amor y llora de tristeza, porque sabe que el Artista se va para no volver.

sábado, marzo 11, 2006

Magia

Cuentan que no hace tanto, ni hace tan poco, existió la magia. No exactamente la magia de los hechiceros tan conocida por todos y tan excepcionalmente aceptada como hecho trascendente de la mitología; aquella capaz de transmutar cualquier cosa que se desee, desde una mesa hasta un animal, desde algo inanimado a la más fluida de las formas de vida. No. Tampoco están hablando de los conjuros, del vudú y los males de ojo, del conocimiento del futuro y la alteración del destino, del sacrificio que traería su incomprensible consecuencia y la venta indiscriminada de almas al diablo. Mucho menos. En síntesis, no hablan estos rapsodas de la magia tradicional si se quiere. Hablan de alguna otra cosa. Hablan de lazos de acero que unen a las personas. Lazos tan enormes que pueden conectar entre continentes, ciudades, de un extremo a su opuesto en el mundo. Lazos que a pesar de ser indelebles se estiran y se contraen con el pasar del tiempo, con el movimiento, con el fluir de la vida misma. Lazos incoherentes, confusos, sagaces, desinteresados, valientes, humildes, azarosos.
Y más aún. Hay algunos descendientes que aseguran tener una visión (naturalmente sobrenatural) que les permite ver estas conexiones cuando las personas que se encuentran enlazadas están físicamente cerca (y por lo tanto aseguran que la magia de hecho, sigue existiendo). Me contaba hace poco uno de ellos:
- “Yo estaba casi impaciente. Pero no sé por qué. Igualmente todo se desarrolló como esperaba, la reunión, el encuentro, era todo bastante premeditado. Y no lo estoy diciendo por tener alguna facultad extraña que me permitiese saberlo, simplemente lo deduje, como lo haría cualquier normal. En fin, no esperaba yo estar ante la presencia de algo de todo aquello que siempre escuché y nunca vi. Sin embargo, un segundo después, me miró y sonrió. No se bien por qué, con qué excusa. Quizás ni siquiera se excusó, sólo se le escapó del alma ese mensaje interior traducido en una franca sonrisa. Y entonces lo sentís, lo ves, entendés. Un lazo. Magia.”
Y no puedo evitarlo.
Empiezo a creer.

lunes, marzo 06, 2006

Ataque filosófico subconsciente

La seguridad es sólo la certeza de que las dudas que albergamos tienen pocas probabilidades de ser ciertas. Donde la certeza es tan relativa como ilusoria. ¿O no?