martes, octubre 06, 2009

La mirada inc[ó|o]moda

Convengamos que de las muchas partes de la anatomía humana, los ojos tienen características extremadamente particulares. O no convengamos: comencemos, simplemente, haciendo tal aseveración.

Por otro lado, resultará innegable que los ojos han sido (y probablemente seguirán siendo, pero esta sí sería una afirmación más arriesgada) recurridos protagónicos de la poesía, la literatura o particularmente la metáfora si se quiere, y del fantástico general del amor y otras yerbas: "fue amor a primera vista", "tenía una mirada tan profunda", "lo fulminó con la mirada", "los ojos le quemaban de furia". No es necesario apuntar la carencia de vuelo poético de los ejemplos aquí mencionados: como las fotografías en los catálogos de compras, estos son a nivel meramente ilustrativo, y definitivamente pueden no corresponderse con el producto en cuestión. Dejo a cargo de la imaginación del lector la tarea opcional de buscar ejemplos más o menos contundentes, pero sin detenerse en el afán de una "calidad" subyacente (también opcional).

Parece ser que la mirada, el ente que se hace presente ante el sentido de la vista, tiene facultades que van más allá de las primitivas animales que uno podría derivar jugando al rol del científico o del analista. Lo que en un primer momento dibujaba carcazas de pobre teoría en mi cabeza fue: desplazamiento y alimentación. Desplazarse de un lugar a otro evitando los peligros subyacentes. Discriminar elementos que podamos ingerir. Pero claro, en algún momento de la historia apareció la terrible consciencia y entonces el sentido de la mirada cambió (notesé que digo sentido y no dirección). Ahora parece que además de percibir, la mirada brinda algo. Da algo. De qué se trata, es difícil decir. Es difícil delimitar en realidad. Parece que fulmina. Parece que ama. Parece que avisa. Es decir, forma parte esencial de las relaciones entre los seres humanos, pero ya no sólo en el hecho instintivo de establecer un vínculo sexual con un compañero que a través de este sentido haya sido identificado como idóneo para tal fin (por supuesto, están todos los otros sentidos del ser humano y todos los otros sentidos del vínculo sexual, no lo niego, pero no es mi punto en este momento) sino también como primordial artilugio de comunicación...

De entre todas los características que la mirada ha tomado como suyas en estos tiempos, la que más me sorprende, interesa, y molesta, es que la mirada incomoda. Pensemos por un segundo en la notanrara necesidad del hombre de la simetría:
- el cuadro: "derecho"
- la alfombra: "acomodada" de manera tal que todos sus bordes quedan a igual distancia de las paredes.
- etc (si, hoy no es mi día imaginativo, aproveche, lector!)

La ironía comienza al establecer una conversación con otra persona. Resulta que en general, las personas tienen dos ojos, y nuestros propios dos ojos son incapaces de mirarlos al mismo tiempo. Tenemos que elegir uno... pero... cuál?! Parece simple decir "cualquiera", pero esa simetría imperiosa que nos caracteriza y por otro lado una necesidad de control típicamente nuestra también, nos pone en una situación sin solución. Elegís uno, no sabés qué hace el otro. Pero peor aún: ese otro te está mirando... Difícil es que haga algo demasiado imprevisible, pero cuesta aceptar la decisión. Así que en general, la incomodidad se basa en la alternancia de nuestra mirada. El esfuerzo mancomunado de dos ojos, prestando atención simuladamente concurrente y disimuladamente secuencial a los dos ojos de nuestro conversador. Notar que no cuesta mucho intercambiar "prestando atención" por "controlando" en esta última frase.

Supongamos que esto no fuera incomodidad suficiente. La incomodidad primera se sucede cuando se sostiene la mirada. Y ya desde el concepto de la lengua misma, nos damos cuenta de que semántica y físicamente parece que hay que hacer un esfuerzo para mirar a otra persona a los ojos durante un tiempo. Hay que sostener. Osea que hay algo que se está cayendo (parece que se cae la mirada, se lo piensa como un reflejo normal, pero realmente sería más tranquilizador que fuera una cuestión gravitatoria, nomás). Pero lo más "gracioso" es que si alguien logra sobreponerse a ese esfuerzo y sostiene la mirada con orgullo, intentando expresar interés, avasallar a esa gravedad inutil, sobrepasar ese instinto controlador inservible para estas situaciones; el segundo agente en cuestión, el mirado, se siente en una situación incómoda! Empieza a sentir que no puede desviar su propia mirada, porque existe algún tipo de contrato formal implícito del que todo el mundo se siente parte por lo menos una vez al día. Pero la situación se va extendiendo hasta que un límite insoportable choca contra nuestro paladar y mientras decimos algo utilizamos alguna excusa simple (pájaro en la ventana, brisa desde otra dirección, ruido llamativo, etc) o inventamos alguna si no hubiere disponible al momento (en gral, una necesidad no posponible: picazón, un pelo que molesta en la cara, sed, etc)

Supongo yo que la mirada tiene una otra cualidad, distinta a la del resto de nuestras acciones comunes y de hecho, factibles. Parece ser que la mirada va lenta, inconsciente, sinuosa y perenamente penetrando en los ulteriores del agente mirado, sin su permiso, y sin intención (quizás) del agente mirador. Abriendose paso a través de la máscara. Y claro, calculo que esto es lo que hace que ansiosa y desesperadamente busquemos una excusa para desviar la mirada. Vaya uno a saber qué se puede encontrar más adentro de uno mismo!

5 comentarios:

mazlov dijo...

Es verdad! Yo solía jugar, y a veces sigo, a la "guerra de miradas". Cuando cruzo miradas con un desconocido, no me gusta "perder" y bajar la mirada antes. Es *muy* raro :)
Y me sigue pasando cuando voy caminando, y me cruzo con alguien de frente, que tengo una tentación enorme de mirarl@ en los ojos.

un abrazo

wda dijo...

Yo alguna vez pensé que a mi perro Fido nunca se le podría llegar a ganar en la "guerra de las miradas". Conmigo estuvo invicto más de dos años, hasta que un día me levanté de una siesta y en una épica disputa de más de 10 minutos logré vencerlo después que se distrajo con una abeja que por ahí pasaba...

Me gustó mucho su post, por cierto. Es un análisis más que interesante.

Y si me permite, le agrego un corrigéndum visto al pasar: hay un "a" que debe ser "ha".

Alumbral dijo...

Mamífera condición la nuestra, de andar ojeando tanto. De haber tenido el precioso tapete de reptil protegiendo nuestras fragilidades, la sangre fría pa conservar las calorías, y unos dientes con algo más de presencia, no andaríamos tan ojeosos. Pero chéchachí: primos odiosos de medrosos ratoncitos, nos toca estar espectantes de un entorno demasiado amenazante, cuidandonos de ver y de no ser visto; y cuando descubrimos que alguien nos está mirando desde hace rato, y descubrimos que sabemos eso porque de hecho nosotros también estuvimos mirando al mirón, el terror nos arrastra a las madrigueras de la cotidianeidad, don de nun ca pa sa na da.
PD: Envidiablle perro, Waldín, yo no logro que el mío deje de romper zapatillas mientras lo miro...

Alumbral dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
D'Artagnan dijo...

Mazlov: Cierto!!! muchas veces me pasó de pensar en "perder" cuando dejaba de ver al otro... y cuando era el otro el que esquivaba medio que pensaba "tomá!" jaja.
Waldo: Me alegro que le haya gustado el post :D. Me alegro también que todavía pase por estos lares! :D no encontré en la rápida vista la "a" que debía ser "ha", pero confío en que lo haré con más detenimiento ;) gracias!
Aleteteo: fo! pero qué despliegue palabrístico el suyo! Yo creo que de haber tenido las características que ud menciona, sí andaríamos ojeosos igualmente... con la diferencia de que el mirado más probablemente fuera presa (diferencia?) que amigo, conocido o desconocido... Salutes cordialutes.