Corren niños/as por todos lados. Cumpleaños de tus primas. Globos, alegría, música. Por otro lado, afuera, el día está grisáceo, el cielo plomizo, y un castillo inflable multicolor genera ilusiones en los pequeños ojitos que lo admiran, y saltos increíbles de ánimo en las almas de los valientes que se animaron a entrar.
Por otro lado, dentro tuyo... arrebatadas sensaciones de tristeza y alegría se pelean unas con otras, tratando de tomar el poder de la expresión en tu mirada.
Una tras otras las gotas, siempre queridas y amadas y entristecidas gotas empiezan a caer. Los chicos se meten a ver alguna película. La pileta queda vacía. La lluvia te llama, como en los viejos tiempos, en que te bajabas del colectivo sin abrir el paraguas sólo para ir imaginando de tanto en tanto el caminar sobre el suelo de algún humedecido sueño, que por alguna razón te hacía sonreír.
Te ponés la malla, y salís caminando hacia la pileta. Entrás en el agua que en esas situaciones siempre está cálida. Si observás alrededor, el inestable horizonte celeste choca de pronto con un geométrico cielo de ladrillos. De pronto ya no parece que las gotas caen desde el cielo para chocarse con tu mar, sino que de tanto en tanto una gota de mar quiere escaparse de su inmensidad, y da un salto hacia el cielo... pero le gana la gravedad. Y el sentimiento de querer escapar se hace colectivo, y una revolución fugitivos escapan sólo para ser atrapados otra vez por su destino.
Por otro lado, dentro tuyo... arrebatadas sensaciones de tristeza y alegría se pelean unas con otras, tratando de tomar el poder de la expresión en tu mirada.
Una tras otras las gotas, siempre queridas y amadas y entristecidas gotas empiezan a caer. Los chicos se meten a ver alguna película. La pileta queda vacía. La lluvia te llama, como en los viejos tiempos, en que te bajabas del colectivo sin abrir el paraguas sólo para ir imaginando de tanto en tanto el caminar sobre el suelo de algún humedecido sueño, que por alguna razón te hacía sonreír.
Te ponés la malla, y salís caminando hacia la pileta. Entrás en el agua que en esas situaciones siempre está cálida. Si observás alrededor, el inestable horizonte celeste choca de pronto con un geométrico cielo de ladrillos. De pronto ya no parece que las gotas caen desde el cielo para chocarse con tu mar, sino que de tanto en tanto una gota de mar quiere escaparse de su inmensidad, y da un salto hacia el cielo... pero le gana la gravedad. Y el sentimiento de querer escapar se hace colectivo, y una revolución fugitivos escapan sólo para ser atrapados otra vez por su destino.
Pero por un segundo, por un minuto, o alguna unidad de tiempo que se desconoce (por esto de la relatividad de las cosas), se cierran tus ojos, y no hace falta llorar, porque ya estás llorando con todo lo que te rodea, ni tampoco hace falta sonreír. Un solo momento de unificación. Un momento de libertad. Un momento de vacío. Flotás en el medio de ningún pensamiento. Volás. Hasta que deja de llover, y abrís los ojos, y de pronto te toca otra vez la realidad. Pero por un instante, te liberaste de todo, del bien y del mal, te liberaste de vos, y casi me atrevería a decir que te pudiste ver ahí flotando, y pudiste no juzgarte.